dimecres, 16 de febrer del 2011

FUNCIONES DE LA ESCRITURA EN LA PSICOSIS

FUNCIONES DE LA ESCRITURA EN LA PSICOSIS
I Coloquio Criaturas
Diciembre 2008 Bilbao

Nilda Estrella – Montserrat Puig


Dentro de los muros hospitalarios han quedado depositados y en el olvido cantidad de producciones que en algunos casos pueden bien tener el estatuto de obra literaria y en otros quizás solo el valor de notas, frases o escritos, pero que en ambos casos interrogan sobre la función de la escritura en el sujeto psicótico.

Los escritos de los sujetos psicóticos han ocupado a generaciones de psiquiatras y a diversos movimientos literarios de principios del siglo XX, como es el caso del  Surrealismo y el Dadaísmo. La fascinación de las producciones literarias que no estarían siempre regidas por la racionalidad, la coherencia gramatical o semántica o una clara intencionalidad de ser leídas por otros,  hizo que estos movimientos pensaran en los escritos de los psicóticos como  producidos por lo “involuntario” que, igualándolo a lo inconsciente buscaban descubrir la verdad, serían como la expresión, sin censura, del inconsciente del sujeto entendido como lo mas auténtico.

Nuestro punto de partida no es este. Nuestra interrogación nos orienta hacia intentar dar cuenta de una evidencia: que no todos los escritos de los sujetos psicóticos son iguales y que ello es porque tienen “funciones” distintas para cada sujeto. Intentaremos una cierta partición en dos grandes grupos, cuestión que para algunos de los escritos puede resultar un tanto artificiosa pero, que en otros es muy clara y nos  orienta en nuestra investigación. Queremos aclarar que nuestro interés en este campo no es estético sino pragmático. Pragmático en cuanto que en nuestra práctica clínica la pregunta sobre la función que tiene la escritura en estos sujetos es fundamental para orientar nuestra acción. ¿Debemos animar a ese sujeto a escribir? ¿Qué cambios debemos atribuir a su actividad de escritura? ¿Para qué escribe? ¿Qué lugar darle a sus escritos y a su actividad de escritura en la cura? Son algunas de las cuestiones ineludibles a las que nos vemos confrontados en estos casos. Es como ven, una investigación con consecuencias
Es evidente que no podemos generalizar los escritos y hablar de  una escritura propia de las psicosis, hay variaciones en sus formas y contenidos y por consiguiente en la función que para el propio sujeto en la medida en que también varía el momento subjetivo en el que emerge la producción escrita y la intencionalidad que la promueve.
Puntuaremos algunas de las cuestiones que nos permiten introducir dos modalidades de escritura que, sin que deba ser tomadas, como ya dijimos con un sentido universalizante, nos remiten a dos formas de psicosis: paranoia y esquizofrenia

No vamos a detenernos, ya no es el tema de este coloquio en el que queremos mostrar los ejes de nuestra investigación en curso, con las distinciones clínicas de una y otra mas allá de lo que nos va a servir para nuestra exposición. Retomar esta distinción nos permite aproximarnos, siguiendo a Gérard Wajcman en su artículo “El arte, el psicoanálisis, el siglo”, a poner en relación una con  el arte representativo y la otra con el arte abstracto. Los remitimos al artículo citado publicado en el libro Lacan: el escrito, la imagen de editorial Siglo XXI en el que también encontraran otros artículos de pensadores que, orientados por el psicoanálisis, estudian distintas formas artísticas. No vamos a ahondar en lo expuesto allí, valga la referencia para mostrar que las reflexiones desde el psicoanálisis de orientación lacaniana aportan un nuevo punto de partida para el estudio de la creación artística.

Para Lacan, igual que para Freud, no se trata de creer que por la vía de una obra se llegaría a la verdad del autor, en el sentido clásico de  una patografía. Entonces, no se trata de analizar la obra de arte, en el caso que nos ocupa, un escrito, entendiendo por analizar interpretar su sentido oculto o encontrar este sentido en relación a la biografía del artista lo que nos llevaría a una psicobiografia, que pensamos carece de interés. Ustedes saben que Freud y en esto no es el único, considera que sólo se puede considerar a un objeto como obra de arte si éste tiene una circulación social es decir si hace lazo social en un sentido amplio, es decir entre el autor y el “público” o entre el público y los estudiosos. Las funciones sociales de una obra pueden ser también múltiples. Estructura de la obra y función de lazo social son los dos ejes que traemos al debate para el análisis de los escritos en la psicosis.

Estarán de acuerdo con nosotros en que estos dos ejes son distintos en, por ejemplo, autores como Althusser en su ultimo libro El porvenir es tan largo o Joyce también en su ultima obra Finnegans wake. Podemos poner al lado de Althusser a autores como Rousseau, el Presidente Schreber y Aimée y al lado de Joyce a Raymond Roussel entre otros.  Son sólo algunos de los ejemplos posibles, los más conocidos y que tienen la ventaja de ser de sujetos excepcionales cuya calidad de producción esta fuera de duda lo que nos facilita la tarea. Al elegir a estos autores para mostrarles nuestra orientación de investigación no pretendemos decir que la producción de cualquier otro sujeto psicótico no pueda ser objeto de nuestro estudio sino al contrario.

Nos vamos a referir  en primer lugar a la relación entre paranoia y escritura, es decir  a la escritura  producto de la actividad delirante. En este sentido cabe destacar que contrariamente a lo que ocurre con los sueños, que deben ser interpretados, el delirio es en sí mismo una actividad interpretativa. Otra de las cuestiones a considerar es que las concepciones delirantes tienen siempre cierto valor de realidad, cuestión  que  aparece comprensible cuando se articula  a la historia del sujeto. Por último un carácter fundamental en la paranoia es el sentimiento persecución a pesar de la certeza de inocencia: en el delirio el Otro acusa al sujeto supuestamente inocente colocándose así en posición de acusador del Otro supuestamente maligno.

Veremos como a pesar de la confluencia de los caracteres propios de la paranoia en los escritos de los autores que hemos tomado como referencia, Schreber y Rousseau, hay diferencias destacables entre la función que cumple para cada uno de ellos. En  todo caso sí tienen en común la intencionalidad de dirigirse a un Otro y por tanto el intento inequívoco de ser comprendidos lo cual testimonia de un modo de creación literaria más frecuente en los casos de paranoia  y que cumplen, lo adelantamos, una función fundamental respecto al lazo social, que es por otro lado una dificultad a veces imposible de lograr por otros medios de expresión.

Siguiendo a Lacan podemos afirmar que “entre todas las producciones literarias del tipo del alegato, entre todas las comunicaciones de quienes, habiendo pasado más allá de los límites, hablan de la extraña experiencia que es la del psicótico, la obra de Schreber es ciertamente una de las más llamativas”. Añadiremos que no menos importante para el tema que nos ocupa son Las confesiones de J. Rousseau

En 1932, en su tesis “De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad”,  Lacan insistía en la calidad de los escritos de Aimée (caso princeps analizado por Lacan como “paranoia de autocastigo”, de una mujer que apuñala a una artista muy conocida a la entrada de un teatro). La pregunta sobre “la comunicabilidad del pensamiento psicótico y del valor de la psicosis como creadora de expresión human”  es el problema que deja planteado Lacan al final de su tesis doctoral  tras un exhaustivo análisis de la escritura del caso en el que subraya, entre otras cuestiones que su mayor y mejor producción literaria son producto su momento más agudo y bajo la influencia directa de sus ideas delirantes y parece ser que la caída de la psicosis es la causa de la esterilidad de su pluma en momentos posteriores.  La falta de “ayuda social” y de “una instrucción adecuada”, fueron según testimonia Lacan lo que impidió a Aimee llevar a cabo una obra válida. Hará allí una comparación con Rousseau para poner de manifiesto que contrariamente a lo que el discurso psiquiátrico intenta demostrar, no se puede hablar de la psicosis en términos de déficit. Su capacidad creadora lo desmiente.
Veamos ahora la función  de la escritura  en Schreber y Rousseau  a partir de los caracteres señalados antes como fundamentales en la paranoia: relación con su historia, apoyo en la realidad, producción delirante y el intento de ser comprendido. Dos autores, dos modos de testimoniar mediante la escritura de su inocencia con la clara intención de comunicabilidad. He aquí sus modos de hacer lazo social mediante la escritura
Schreber a  sus  cincuenta y un años, acaba de recibir el nombramiento para ocupar la presidencia del Senado y unos días después,  insomne, fue sorprendido por la intrusión de un fenómeno notable. Este fenómeno es el que contiene y anticipa con claridad el carácter amenazador que habría de adquirir su psicosis. Se trataba de un crujido que se repetía a intervalos más o menos largos, un ruido que le despertaba cada vez que estaba a punto de dormirse. Su primera interpretación fue que podía tratarse de un ratón. Años después, estando su psicosis plenamente desencadenada, cuando  Schreber sabía muy bien que aquello no era obra de un simple ratón, he aquí entonces su interpretación: Pero después de haber oído esos ruidos infinitas veces, y por seguir escuchándolos actualmente noche y día, me di cuenta de manera indiscutible que eran efecto de milagros divinos. A partir del ruido (fenómeno elemental) y su interpretación encarna la figura del Otro en Dios que se transforma en su perseguidor en tanto atenta contra el orden del Universo: “Dios exige un estado constante de goce; es entonces mi deber ofrecerle este goce, en la medida de lo posible en las condiciones actuales atentatorias contra el orden del Universo, y ofrecérselo en forma del mayor despliegue posible de voluptuosidad del alma”. Durante uno de sus internamientos su delirio pasará por toda una serie de fases de las que da un relato extremadamente seguro y extraordinariamente compuesto, escrito en los últimos meses de su internación. El libro aparecerá inmediatamente después de su salida. Nunca disimuló ante nadie, en el momento en que reivindicaba su derecho a salir, que informaría a la humanidad entera de su experiencia, a fin de comunicar las revelaciones capitales. Schreber no niega su enfermedad, pero afirma que las revelaciones de las voces no fueron producidas por la enfermedad, sino a pesar de la misma “Para hacerme entender” -argumenta Schreber- “voy a tener que utilizar muchas figuras y comparaciones que quizás, en ocasiones, solamente logran aproximarse a lo correcto, pero las comparaciones con los elementos conocidos de la experiencia humana es el único camino por el cual el hombre puede hacer comprender algunas cosas hasta un cierto grado, ya que en su ser más íntimo siempre quedan incomprensibles..”.
En relación a  Rousseau la cuestión hay que plantearla en otros términos. En primer lugar hay que destacar de este autor dos tipos de escritos: los políticos y los literarios. Son estos últimos los que interesan a nuestro tema y  entre ellos  podemos citar La nueva Eloisa, Emilio, y las Confesiones.  No se trata en este caso de la interpretación de un fenómeno elemental  de las características del ruido del que nos habla Schreber, sino de otro tipo de “ruido”. Se siente empujado  a escribir Las confesiones por el tormento que le produce un acontecimiento que él mismo tildaría de crimen, cuando en realidad  se trata de un robo cometido a los 16 años y no confesado en su momento, y por entonces  acusa a una doncella de tal acto:” puedo asegurar que el anhelo de liberarme de esto en cierto modo, ha contribuido a la resolución de escribir mis confesiones. Difícil es discernir cuanto de realidad hay en algunas de las persecuciones de la que dice haber sido objeto, pero lo que si se constata, gracias a diversos testimonios, son sus estados de persecución paranoica: “El suelo que piso tiene ojos, las paredes que me rodean tienen oídos: cercado de espías y vigilantes malévolos  dan cuenta de la certeza de que se ha tramado un complot y que ello ha conducido a que se haya organizado  la más negra, la más horrenda trama que jamás se haya formado contra la memoria de un hombre”.
Es  importante destacar que Rousseau ha cometido una  falta real, reconocida incluso por él como un error de juicio, lo cual lo exime de reconocerlo como  error de voluntad. Nos referimos al abandono de sus cinco hijos. Es esta una de las cuestiones fundamentales  que lo lleva a una producción escrita y argumentativa a fin de demostrar su inocencia. He aquí una rasgo fundamental en la paranoia defenderse de la supuesta amenaza. Pionero de la pedagogía moderna fracasa como padre y como preceptor, Su recurso como defensa fue la de mostrar su excepcionalidad como hombre. Su ternura y su bondad  aparecen reiteradamente en sus textos: “Sabía –dice– que me pintaban en público con unos rasgos tan deformes, que pese a lo malo de mí mismo que no quería silenciar, sólo podía salir ganando mostrándome tal como era”. Su posición  es muy original: es culpable ante sí mismo e inocente a los ojos de Dios: “El sabe que yo soy inocente”. A diferencia de Schreber, se puede decir que  Rousseau era un perseguido resignado
Vayamos ahora  a lo que se puede presentar como el polo opuesto a los autores antenriores: Joyce y su Finnegans Wake o el libro de Raymond Roussel Cómo escribi algunos de mis libros en el que da cuenta de su proceso mismo de escritura. Ambos autores no se pueden clasificar tan fácilmente ni siquiera desde el punto de vista clínico. No encontramos en ellos un delirio constituido como en los autores anteriores. Sin embargo, en sus vidas la actividad de escritura, el proceso creativo mismo, fue central y podemos decir sin riesgo a equivocarnos que la actividad creativa los sostuvo de un modo muy fundamental.
Si tomamos a Joyce y su última obra, a la que Jacques Lacan le dedicó todo un año de su Seminario, el destinatario de ella tiene una función muy particular. Joyce dijo que su obra haría trabajar a generaciones de universitarios y no cabe duda que lo consiguió. No obstante, no podemos decir que los universitarios futuros fueran propiamente los destinatarios, los interlocutores a los que Finnegans Wake se dirige. Más bien hemos de poner este deseo de Joyce en la cuenta de la ironía del que sabe que, por no tener interlocutor, se ofrece como enigma. Es el uso de la ironía como solo el sujeto psicótico puede hacerlo. Cuando nos enfrentamos a su lectura, lo habrán experimentado si han hecho el ejercicio, nos deja indiferentes respecto a sus resonancias. La intención de significación del texto se pierde. Lacan dice que al hacer resonar cada palabra en diversas lenguas hace  estallar la significación en mil pedazos. No hay vector de la significación. No podemos hacernos representar por el texto, no nos sentimos identificados. El efecto de aburrimiento, por la máxima extrañeza, aparece muy rápidamente. Nuestro inconsciente no está convocado, no lo “comprendemos”. Y ello porque el inconsciente mismo, entendido como saber supuesto, como saber articulado y a descifrar, está rechazado, no está en función. Lacan nombra este efecto diciendo que Joyce está “desabonado del inconsciente”. No hay pues nada a interpretar. En su caso, además eso le trae sin cuidado, de ahí su ironía.
No es el caso de Raymond Roussel quién, sufre una transformación subjetiva radical en una experiencia de juventud que fue relatada por Pierre Janet, que fue su psiquiatra, en su trabajo De la angustia al éxtasis. A partir de ese momento, el trabajo de escritura comandó su vida hasta su suicidio el año 1933. “Yo era igual a Dante y a Shakespeare, sentía  lo que Víctor Hugo sintió a los sesenta años, lo que Napoleón sintió en 1811, lo que Tannhauser soñaba en Venusberg: sentía la gloria. No, la gloria no es una idea, una noción que adquirimos constatando que vuestro nombre hace acrobacias sobre los labios de los hombres. No, no se trata del sentimiento de su valor, del sentimiento de que merecemos la gloria: no, yo no experimentaba la necesidad, el deseo de gloria, ya que yo no pensaba antes en ella para nada. Esa gloria era un hecho, una constatación, una sensación, yo tenía la gloria.” Bajo este estado no podía para de escribir lo que le surgía como radiaciones: “cerraba las cortinas –dirá-, ya que tenía miedo que la menor fisura dejara pasar hacia fuera los rayos luminosos que salían de mi pluma”. De la experiencia de escritura en ese estado que duró cinco o seis meses, añadirá: “Cada línea era repetida por millones de ejemplos y yo escribía con miles de puntas de plumas que flameaban. Sin duda, con la aparición del volumen, ese foco que enceguece se habría develado de entrada y habría iluminado el universo, pero él no habría sido creado, yo lo llevaba ya en mí”. En esa creación literaria, no encontramos intención de significación ni tampoco interlocutor al que Roussel se dirige. No intentaba convencer a nadie ni siquiera pedía, como señala Janet, que fuera reconocida, esa sensación de gloria que él experimentó. Su certeza de la experiencia  le bastó.
Sin embargo, posteriormente dedicó a intentar dar la lógica del proceso de su escritura, no de lo que significaba sino de “cómo fue escrita”, su último libro que puede considerarse su testamento literario. En él se ve bien que lo que él se impone es la producción artística con unas normas muy severas que están guiadas por la homofonía, pero no por el sentido. De ahí su dificultad para poder hacer un relato como es por ejemplo el caso de un cuento. Recordemos un ejemplo ya clásico en los estudios sobre el autor pero muy clarificador: “Yo elegía dos palabras casi iguales. Por ejemplo billard (billar) y Pillard (ladrón). Luego adjuntaba allí palabras parecidas pero tomadas en dos sentidos diferentes, y obtenía así dos frases casi idénticas. A partir de estas dos frases encontradas, se trataba de escribir un cuento pudiendo comenzar por la primera y terminar por la segunda. Ahora bien, era en la resolución de ese problema que yo agotaba todos mis materiales.” La elisión de los nombres propios, la búsqueda de la lógica en las combinaciones de palabras, el tomar como punto de partida de su creación literaria fragmentos del lenguaje lo mas insignificantes posibles son algunas de las particularidades que nos muestran también el uso especial que Roussel hace del lenguaje y cómo por la lógica intenta matar la significación particular que pudiera aparecer es decir las resonancias posibles a las significaciones comunes.
Podemos decir que Cómo escribí alguno de mis libros es su modo de hacer pasar sus escritos a la función de lazo social para “facilitar” el trabajo al posible estudioso.
Joyce y Roussel nos ofrecen en sus últimos escritos obras que no son una representación del mundo en ningún sentido. Tampoco son un alegato con una demanda de reconocimiento como en el caso del presidente Schreber, Rousseau o Althusser. Más bien son un intento, y de ahí el posible correlato propuesto por Wajcman con el arte abstracto, de poner palabras a lo irrepresentable, a lo que no tiene imagen posible, a lo que está fuera de toda significación: Joyce por el lado de la fragmentación de todos los sentidos posibles. Roussel en su obra y en la explicitación posterior de descubrir, de dar cuenta, de cómo encontrar una ecuación de lo irrepresentable seria posible aunque el trabajo se revela infinito. Esta es una función diferencial importante en uno y otro autor.
Para concluir diremos que los distintos modos de circulación social de la obra y la función de la misma para cada unos de los autores así como la estructura misma del modo de escritura están articulados a una problemática, que sólo dejamos apuntada, que no es en absoluto vana. Se trata del sostenimiento del sujeto en su mundo, de la creación de un mundo que pueda ser habitable para él y muy en particular de la posible función de la escritura en la regulación de los síntomas en el cuerpo que muy frecuentemente acompañan a los sujetos psicóticos y que es imprescindible para ellos poder localizar, entender y regular para que la invasión de un goce fragmentado pueda apaciguarse. Recordemos sólo a modo de ejemplo las estrictas condiciones para poder alimentarse de Roussel, los síntomas visuales de Joyce o los problemas de fragmentación corporal el Presidente Schreber que le dificultaban las funciones vitales más básicas.